Escritos
Pero qué casualidad

Eran las primeras horas de la tarde, y seguía pensando si esta mañana realmente me levanté de tan buen humor, o era sólo una ilusión que terminó cuando conocí a una tal Luciana que estaba bastante alterada y cuya torpeza hizo que deba llevar el celular a reparar.

Voy a retirar el celular habiendo terminado de revisar los correos nuevos. Por suerte sólo hubo que limpiar el micrófono y todo funcionó correctamente de nuevo. No soy supersticiosa pero cuando pasan cosas que parecen ser complicadas o costosas de solucionar, y terminan siendo simples o baratas, siento que es un mensaje con pistas que debo analizar. ¿Será que necesito hablar menos y escuchar más? Casualmente noté que el micrófono no funcionaba cuando llamó mi hermano.

Ya en la oficina, estaba actualizando unas planillas comparativas cuando el timbre me sobresaltó e hizo que pierda el hilo de lo que hacía. Mientras el hombre que había llegado abría lentamente la puerta, la radio que pasa música de fondo se quedó muda. No me asusto fácilmente, pero la piel de gallina tardó menos de un segundo en ir desde los pies hasta la nuca.

Luego de entrar, se acercó a mi escritorio y con una voz potente dijo que Javier lo estaba esperando para una reunión. Seguí con la vista los inquietantes movimientos de sus manos durante el corto tiempo que transcurrió mientras yo levantaba el tubo del teléfono y consultaba a mi jefe si requería algo particular para la reunión. No me agradó que tocase los adornos que están sobre mi escritorio, ni su impaciencia.

Acompañé al invitado hasta la oficina del jefe y me sentí más aliviada cuando la radio retomó la transmisión. Por algún motivo lo relacioné inmediatamente con el micrófono del celular aunque no logré sacar ninguna conclusión de lo que podía ser una segunda pista o señal.

Luego de media hora Javier me pidió ir a su oficina. Al abrir la puerta noté que no parecía una reunión de trabajo, y sin mucha explicación me solicitó que haga la reserva de una habitación en dos hoteles distintos, ambos sobre la calle Santa Teresa, para ingresar esa misma noche. Al parecer puse una cara de confusión lo bastante expresiva como para que Javier preguntara si lo había entendido. Como no parecía un pedido habitual, y para no cometer errores, le pregunté a nombre de quién debían estar las habitaciones. Tal vez lo tomé de sorpresa, porque luego de pensar respondió: a nombre de Juan Pérez; y continuó diciendo que, además, necesitaba que vaya a hacer un sello con el nombre "Víctor Paniagua" y la leyenda "Reg. Prof. 8152909247".

Volví a mi escritorio y rápidamente encontré dos hoteles e hice las reservas. Antes de ir hasta la tienda donde crean sellos con el diseño que el cliente quiera, me dispuse a llamar a mi hermano, tomando en cuenta que durante la mañana no logramos hablar. Odio el tono de llamada de Henry, y más aún el tiempo que demora en atender ya que estoy obligada a escucharlo una y otra vez. Las conversaciones con Henry nunca son fáciles ni terminan bien; aunque lo quiero, no soporto sus reacciones ni la forma en que encara la vida.

Henry es el tipo de persona que tiene un problema para toda solución. Con ello, logra que los que estamos a su alrededor hagamos las cosas por él con la frustración de que, cuando sólo falta que dé por sí mismo el último paso, tira todo por la borda y el esfuerzo puesto por los demás resulta en balde de balde. En balde porque no quedan resultados y de balde porque para él fue gratis, sin costo económico, mental ni de energía.

Estaba a punto de cortar cuando finalmente atendió el teléfono. Irónicamente, yo estaba triste por haber tenido razón. La conversación desde un inicio fue sobre sus nuevos problemas y los intentos de que una vez más le preste dinero. Henry se pone nervioso con todas las negativas, y si bien estoy dispuesta a ayudarle en todo lo que esté a mi alcance, prestándole plata le estoy dañando en vez de ayudarle. La ante-última vez, utilizó lo que le presté para comprar bijouterie y revender como si fueran joyas. La última vez que le presté fue para pagar la fianza.

Terminada la inútil llamada, me dirigí a la tienda de sellos con el texto exacto, tipografía y tamaño que mi jefe necesitaba. Por suerte me comuniqué por teléfono con la tienda antes de ir y, sabiendo que tenían otros encargos por lo que recién estaría listo a la hora y media de que haya pagado la seña y entregado los datos, llevé conmigo una muda de ropa.

El gimnasio está a unas cuadras de la tienda. Cuando salí del vestuario quedé sorprendida viendo a Luciana en el mostrador de entrada. Esta mañana me sentí bien al ayudar a una desconocida que estaba teniendo una crisis de nervios, pero para histéricos ya tengo a mi hermano y no deseo nuevos especímenes. Sin embargo, allí estaba Luciana y ya me había visto, por lo que era inevitable que se acerque contando que acababa de pagar su inscripción.

Dicho y hecho, no pasé del calentamiento que ya la tenía tratando de darme charla. Esta vez traté de ignorarla pero ella parecía inmune a mis indirectas; es como cuando estás leyendo un libro y alguna persona, no contenta con interrumpirte consultando el título, empieza a hablarte del clima y de lo que vio en la televisión sin importar cuántas veces vuelvas a la lectura sin responder.

Mientras Luciana volvía a comentar sobre sus problemas de la mañana, yo estaba concentrada en no escucharla, pero sus palabras me recordaron a la última conversación con Henry. A diferencia de mi caso, Luciana tenía una amiga que le pedía plata prestada y no quería hacerlo pero se siente comprometida. Semanas atrás me estaba quejando de no tener amigas y acá estaba el destino respondiendo al cruzar mi comino con el de alguien con quien tengo algunas cosas en común, así que cambié mi actitud y la verdad que no estuvo tan mal.

Saliendo del gimnasio y en camino a retirar el sello, veo que tenía algunas llamadas perdidas del jefe. Javier quería que llevase el sello a una de las dos habitaciones reservadas. Ya no tenía sentido regresar hasta la oficina, así que de la tienda me dirigí a la avenida Santa Teresa sin comprender muy bien por qué un sello parecía tan importante, y mucho menos a quién debía entregarlo. Esto último lo descubrí cuando el hombre que abrió la puerta de la habitación era la misma tosca y desagradable persona que horas atrás entró a la oficina para luego reunirse con mi jefe.

Comentarios

Somos capaces de engañarnos sutilmente para encontrar casualidades, fantasear con mensajes especiales y creer ser el ombligo del universo.

Hay un fino límite entre positivismo y basar nuestras acciones en falacias creadas por nosotros mismos. Creer que algo me saldrá bien porque soy el personaje principal en la historia de mi vida es digno de terminar con una pierna enyesada al no haber visto una puerta de vidrio.

Está bien sentirse especial, todos lo somos de alguna forma, pero no por algún misterio divino sino porque tenemos algún efecto gravitatorio en los demás, y en conjunto cosas insignificantes para unos inciden enormemente en otros tal vez sin que lo sepamos.

Ganar un premio en una rifa es suerte, ganar relaciones con gente es perseverancia, atención y voluntad. Una de las partes puede verlo como mera casualidad, mientras la otra parte creó el escenario haciéndola parecer una coincidencia. De forma similar, ¿cuánto cuidado y desconfianza ha de tenerse para no terminar siendo engañado por supuestas buenas oportunidades? Dicho de otra forma, ¿cuántos números distintos había en la rifa donde gané el premio?